Los colombianos acabamos de atravesar por la que, tal vez, ha sido la jornada de elecciones presidenciales más reñidas en por lo menos los últimos 100 años, si no más. El país estuvo dividido a mitades durante toda la campaña y, con toda seguridad, al término de la misma el sismo es aún más marcado.

No ha sido fácil ver familias en donde los padres no se hablan con los hijos, o entre ellos; amigos de toda la vida que, por cuenta de la diferencia política, dejan de serlo; enemigos que resultan unidos gracias a la causa común; ambientes laborales enrarecidos debido a las discusiones en torno a la preferencia por uno u otro candidato; todo ello por no hablar de las acciones de grupos extremistas cuya única misión es encender y calentar a las masas aprovechando la polarización.

Hasta cierto punto, todo ello es normal en una sociedad en donde todos, sin excepción, pedimos a gritos un cambio, pero donde las ideas de cambio se apartan diametralmente unas de otras. Es normal, siempre y cuando el ambiente se mantenga contenido al espacio temporal de la campaña. Una vez determinado el ganador de la contienda, a todos, simpatizantes y no simpatizantes, solo nos queda aceptar el resultado y disponernos a construir país, cada cual desde su rincón.

Quizá lo que ha hecho de esta elección la más difícil de los últimos tiempos es el temor que para muchos representa la propuesta del candidato electo. En el mar de especulaciones que se lanzaron durante la campaña, descolla la realidad histórica del electo mandatario, cuyo pasado revolucionario despierta en muchos los temores de una puerta que se abriría a la guerrilla hacia el poder, con todo lo que ello implica y representa.

Sin embargo, por mucha amargura que la derrota le pueda generar a la media Colombia que votó en contra del proyecto político que ganó, solo nos queda hacer nuestra parte para que la querida patria no deje de serlo. Y estoy convencido de que el primer, y más importante, paso que todos debemos dar es reconciliarnos ente nosotros. Con esto no quiero significar que los del bando “perdedor” cambien su manera de pensar y acepten las otras ideas así, porque sí. Pero es necesario que las familias se recompongan, que los amigos sigan siéndolo a pesar de estar en orillas de pensamiento diferentes, que en los ambientes laborales el tema político pase a un segundo plano para que todos puedan realizar sus tareas libres de ese enrarecimiento que causa la zozobra política. Tampoco significa desentenderse del futuro del país; por el contrario, implica reconocer que de mi trabajo, de mi actitud frente a los demás y de lo bien o mal que yo haga las cosas dependerá en gran medida cómo nos vaya en ese futuro.

Y todo ello solo se logrará entendiendo que aquel que tenemos al lado, independientemente de que piense diferente a mi en la política, es un hermano colombiano que desea el cambio tanto como yo. Cuando los “perdedores” dejen de sentirse como tales si piensan que media Colombia es la que piensa como ellos, y los “ganadores” entiendan que hay media Colombia al otro lado y que todos buscamos, finalmente, lo mismo, y dejen de ufanarse por el triunfo, podremos sanar las heridas y seguir adelante con las vidas de todos.

En lo personal, me rehúso a descalificar a cualquiera de mis familiares, mis amigos o mis compañeros de trabajo por el hecho de que piensen diferente a mi en cualquier forma. Por ello, la invitación es a dejar de hablar de política y a retomar la vida. Solo podemos confiar en que, finalmente, todos podremos tener el cambio que anhelamos para nosotros, nuestras familias, nuestros amigos y nuestra patria.

Un comentario en “CERREMOS EL CAPÍTULO, POR FAVOR…

  1. Una excelente reflexión. Uno pensaría que es sentido común no ponernos incómodos por estos temas con nuestros seres queridos, pero a veces el sentido común es el menos común de los sentidos 🙂

    ¡Muchas gracias por compartirla!

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